viernes, 5 de mayo de 2017

Jon Snow y Julio César

Sin duda, todos los seguidores de la saga Juego de Tronos quedamos estupefactos y con rabia ante el asesinato de Jon Snow por parte de sus hermanos de la guardia. Este suceso tiene su inspiración en un hecho real que sería el asesinato de Julio César en la antigua Roma. Nunca escuché o leí a George Martín sobre si se inspiró en este acontecimiento o no, pero, por la forma como se desarrolló, no tengo muchas dudas. Veamos:   
Jon Snow se vuelve el Lord Comandante de la Guardia de la Noche en una elección reñida y con muchos enemigos dentro de la hermandad, como sir Allister Thorne, que aspiraba a ser el Lord Comandante, y otros más. Jon, al convertirse en el líder de la guardia, el nuevo comandante de "los cuervos" perdonó a muchos de sus enemigos, entre ellos a sir Allister, dándole el cargo más importante después del suyo. Jon toma como asistente personal a Olly - acuérdense que el Lord Comandante Mormont tomó como asistente a Snow pensando en nombrarlo su sucesor e, incluso, le regaló la espada de su familia -. Trataba a Olly con cierta preferencia ante los demás.
Dentro de las acciones como Lord Comandante, Snow hace un pacto con los salvajes - los considerados enemigos de la Guardia de la Noche - y les permite entrar en los dominios de Westeros. Esto genera una crisis dentro entre los "cuervos" y muchos consideran que es una medida que destruiría a la Guardia de la Noche y la razón de su lucha. La alianza con los salvajes impuesta por el Lord Comandante les da a sus enemigos un pretexto para diseñar un complot contra él, además que consiguen como aliado a Olly, su asistente personal, que también se sentía defraudado por las acciones de Jon. Como sabemos, la noche de su muerte, Jon Snow estaba en los aposentos del Lord Comandante sin ninguna intención de tener una reunión con alguien, pues, revisaba algunos papeles. Llega Olly con la intención de sacarlo de su oficina y llevarlo donde estaban los demás traidores, por lo que lo engaña aduciendo que uno de los salvajes sabía el paradero de su tío Benjen Stark. Jon sale corriendo y es interceptado por Allister, quien lo lleva al lugar del asesinato. Ahí Jon Snow es dado a muerte recibiendo puñaladas al grito de "por la guardia", pero él no profirió palabra alguna. De entre los conspiradores sale Olly, Jon se queda mirándolo incrédulo, llega a decir ¡Olly! pero este le da la última estocada.
Pues bien, Julio César llega a ser declarado dictador perpetuo por el Senado, convirtiéndose en el líder y el hombre más poderoso de Roma. Dentro de su política fue la de ser muy clemente con sus enemigos políticos, como Gayo Casio, pero muchos de ellos lo querían muerto en la Guerra Civil, mas él los perdonó e inclusive les dio un lugar en el Senado. Asimismo, llegó a querer como un hijo suyo a Marco Bruto, a quien lo ayudó en su carrera política otorgándole cargos muy importantes e incluso, un tiempo, pensó en hacerlo su heredero principal. Muchos pensaban que el poder casi absoluto y sin precedentes que tenía César era un peligro para la República romana, por lo que este fue el pretexto de los conspiradores para planear su asesinato. Eran los idus de marzo y Julio César ya había recibido presagios de que iba a ser asesinado y por lo tanto no pensaba ir al Senado. Ante ello, Décimo Bruto - uno de los conspiradores que anteriormente era un partidario de César - lo convenció para que no haga esperar al cuerpo senatorial. Como era Décimo Bruto el que lo pedía, César fue camino al Senado. Al entrar ahí, varios senadores lo rodearon y lo empezaron a apuñalar, al final, la última estocada fue de quien quería como un hijo suyo, Marco Bruto. Suetonio, historiador romano, nos narra de la siguiente manera "Así fue acribillado por 23 puñaladas, sin haber pronunciado una sola palabra, sino únicamente un gemido al primer golpe, aunque algunos han escrito que al recibir el ataque de Marco Bruto le dijo >¿Tú también hijo?>" .
Mientras los asesinos de Jon Snow usaron de pretexto a la Guardia, los asesinos de Julio César usaron de pretexto a la República, pero ambos murieron traicionados y acuchillados.
Como ven, hay mucho parecido entre el asesinato de ambos personajes. Si bien uno no es real, sin duda, está inspirado en hechos reales

martes, 25 de noviembre de 2014

Mi encuentro con Armando Villanueva



Era el año 2011. Para ese entonces yo trabajaba ya en Lima en el Congreso de la República gracias a un ofrecimiento que me hizo Lucho Wilson para trabajar en su despacho congresal. Tenía 22 años y trataba de aprovechar al máximo mi cargo y la ciudad. Por estas razones iba a  Alfonso Ugarte, a la Casa del Pueblo, donde conocí, gracias a Angel Montero, a un interesante grupo juvenil denominado Convicción, en el cual lo integraban el mismo Angel, Charlie Marca, Kike Valderrama, Franchesca Canaval, Junior Romero, Víctor Velezmorro, entro otros jóvenes que ahora brillan con luz propia, pero que lamentablemente, y como pasa en la política, el grupo se separó.

Fue por una invitación de ellos que un fin de semana pude llegar a la casa de Armando Villanueva, el viejo luchador y líder histórico del aprismo. Antes de ello, ya había visto personalmente al viejo Armando en Villa Mercedes, la casa de Haya de la Torre, por las festividades del Día de la Fraternidad, pero no tuve la ocasión ni la oportunidad de hablar con él, pues en Ate todos los asistentes se acercaban a Armando con ganas de tomarse una foto, así que el "zapatón" no tena tiempo de atender a todos.

Estaba muy emocionado por ir a hablar con Armando Villanueva y conocer su casa. Era parte de la historia del Perú del siglo XX y una leyenda viva dentro del partido aprista, además de haber sido el primer secretario general de la Juventud Aprista Peruana. En la casa de Armando también se encontraba Percy Murillo Goroycochea, quien escribió un interesante libro llamado "Historia del Apra" (Libro que todo aprista y no aprista debería leer). Eso hizo que el encuentro sea más interesante todavía. Al entrar donde estaba Armando, él se encontraba en su silla de ruedas, mirándonos firmemente pero con unos ojos paternales y de alegría. Todos los saludamos con respeto, no se si los demás compañeros, pero yo estaba nervioso. Al momento de sentarnos yo cogí un sitio muy preferencial, pues me senté al lado de Percy Murillo y muy cerca a Armando. De los jóvenes presentes era el que estaba más cerca a él. Lo que me permitió que me escuche mejor y que coja libros para hablar de sucesos o citas y leerle y dialogar mejor.

Una de las primeras cosas que me impresionó de la conversación con Armando fue la horizontalidad de la comunicación. Yo pensaba que el diálogo iba a ser vertical, casi como un monólogo del viejo Armando, pero estaba equivocado. Armando nos escuchaba a todos, respondía las preguntas, nos preguntaba, le dábamos nuestras apreciaciones, nuestros intereses. El los reflexionaba y citaba un hecho histórico, pero siempre con libros a la mano. De entrada se le notaba que era un hombre que le gustaba la lectura y más importante, le gustaba estar actualizado y sobre todo estar actualizado para poder conversar con los jóvenes.

Hablamos de muchas cosas, entre hechos históricos y sucesos presentes. Por la naturaleza de la conversación, mi nerviosismo inical pasó, pues hablar con Armando parecía hablar con un padre o con un viejo hermano mayor que te da los mejores consejos y las mejores enseñanzas de su vida. Me sentí en confianza que puede hablarle de Seoane y su supuesta pelea con el jefe, lo cual yo estaba investigando en ese entonces. Me contestó como siempre contesta, de una manera educadora, de una lección que yo tenía que aprender y no sólo entenderlo como una mera disputa. También hablamos del Cusco y del aprismo cusqueño. Armando estaba muy interesado en ello, pues era el único joven provinciano presente, además que provenía del Cusco, un lugar donde el antiaprismo es muy fuerte. Me preguntó interesado el por qué me volví aprista y le conteste como siempre contesto esa pregunta: En el debate. Le conté que me hice aprista estudiando y que en el Cusco es muy importante estudiar bien porque al existir mucho izquierdista antiaprista en el Cusco, la realidad nos exige ser mejores. A Armando le gustó mi respuesta y nos habló sobre la necesidad de estudiar y de superarse. Nos narró como Haya de la Torre llamaba a los parlamentarios apristas para regañarles cuando en sus intervenciones citaban mal algún autor o daban mal los conceptos.

Lo más impresionante de la conversación era la falta de odio que demostraba Armando Villanueva. El, que habría sufrido cárcel, destierro y persecución en su lucha política. El, al que le tildaron injustamente algunos delitos. El no tenía odio ni rencor por nada eso y por nadie. Me hacía acordar esa frase, gran frase de Haya de la Torre, "Mortal, no dejes que tu odio sea inmortal". Tal actitud se pondero en el año de su muerte. El 2013, tanto Armando Villanueva, como Javier Diez Canseco, líder de la izquierda peruana, dejaron de existir fisicamente, pero hubo una gran diferencia en sus velorios. Javier, quien de su rabia y odio hizo su forma de hacer política, en su velorio y entierro no recibió a sus opositores. Su familia no quería que vengan sus enemigos políticos, hicieron una lista de las personas que no podían ingresar a rendirle homenaje. Mauricio Mulder tan sólo fue capaz de escribir en un tuit "Honor al adversario que se va", pues la familia Diez Canseco no quería que ni se acerque a la casa; En cambio, el entierro de Armando fue diferente, todos los sectores fueron a darle su homenaje, los viejos rivales políticos tuvieron la oportunidad de despedirse del antiguo rival. Fueron a su entierro todos, como todos podían ir a visitarlo a su casa. Armando conversaba con todos más allá de la rivalidad política. Mauricio Mulder, en su discurso de despedida al viejo Armando en los Pasos Perdidos del Congreso de la República dijo: "Un hombre, que podía haber tenido incluso, porque humanos somos, la posibilidad de la revancha o de la venganza al encontrarse en situaciones de poder y al encontrarse con un esbirro o con un enemigo y al contrario, él propiciaba el diálogo, el entendimiento y recibía en su casa a todo el mundo. Eso sólo se aprende cuando se tiene lucha" 

Después de tres horas aproximadamente de conversación nos teníamos que retirar, pues por órdenes de la enfermera personal de Armando él tenía que descansar. Al despedirnos del viejo, llegó a la casa la c. Lucy, la eterna compañera de Armando Villanueva, que dejó la tranquilidad de Chile para apoyar las luchas de su esposo en el Perú. La c. Lucy nos pidió un favor, que vengamos siempre a visitarlo, que a él lo que más le gusta es hablar con los jóvenes.

Aproximadamente un año y medio después de ese encuentro, me llamó Kike Valderrama y me contó que iban a filmar un video dedicado a la juventud cusqueña del viejo Armando y que él, Armando Villanueva, me iba a dar unos saludos especiales en dicho video. Lamentablemente Armando se puso enfermo y el video nunca pudo ser gravado.



miércoles, 14 de mayo de 2014

A propósito del debate de la nueva Ley Universitaria

Ni con la ANR ni con Mora. A favor de una Superintendencia Autónoma

Yo sí soy uno de los que cree que el sistema educativo universitaria actual (Ley N° 23733 y D.Leg. N° 882) debe ser modificado por un sistema que responda a la realidad actual y que sobre todo priorice la calidad de la enseñanza superior, la investigación científica y tecnológica y el análisis de la realidad. Pero esto debe hacerse sin ningún control y sin injerencia del Poder Ejecutivo ni de ningún poder político tal como lo propone la Comisión de Educación presidida por el congresista de las filas de Perú posible, Daniel Mora.

En el Perú, lamentablemente, las leyes y los agentes han permitido que su sistema educativo universitario se hunda en la mediocridad, siendo la mayoría de universidades un fábrica de títulos sin casi nada de investigación y mucha mala formación académica. Los datos son muy tristes. No aparecemos en ningún puesto digno de aplaudir en los diferentes ranking de universidades a nivel mundial y de América Latina. La ANR y el CONAFU, que se deben encargar de supervisar a las universidades terminan siendo un club de amigos que rompen el principio de "imparcialidad objetiva" y no ha dado ningún fruto en favor de la educación superior. El control de la calidad que cada universidad debería hacer internamente a terminado por ser tan sólo un trámite burocrático más siendo totalmente ineficaz.´

Ante ello, el congresista Mora preparó un proyecto de ley para poder contar con una nueva Ley Universitaria, en la cual se crea una Superintendencia que se encargué de fiscalizar a las universidades, de autorizar su funcionamiento, de velar por la educación universitaria, etc. Todo eso esta bien, pero hay un problema. Esa superintendencia dependería del Ministerio de Educación y la mayoría de sus integrantes responden al Poder Ejecutivo y por ende estarían supeditados al Presidente de la República.

La autonomía universitaria tiene sustento constitucional, reconocida literalmente como tal en el art. 18° de la Constitución Política del Perú. Además, en 1919, cuando se hizo al reforma universitaria en el Perú, uno de las conquistas fue justamente esto, la autonomía universitaria. Los alumnos de ese entonces, estaban cansados que el gobernante de turno utilice a las universidades para sus fines políticos olvidándose los fines de la universidad. Esto fue una gran conquista. Pero lamentablemente, sí se aprueba el proyecto del congresista Mora tal cual como esta, volveríamos al siglo XIX y nuestras universidades pasarán a ser objeto de la voluntad política del gobernante de turno.

Por estas razones, es necesario contar con una superintendencia pero que no dependa de ningún poder del estado, sino tenga autonomía constitucional (Si la autonomía universitaria esta reconocida en la Constitución, el órgano que las supervise debe tener igual autonomía constitucional). En ese sentido, el año 2011, el congresista cusqueño Luis Wilson presentó el Proyecto de Ley N°4765-2010, en el cual se reforma el artículo 18° de la Carta Magna y se establece un Órgano Autónomo como ente Rector de la Educación Universitaria dándole autonomía con
stitucional y siguiendo los parámetros del Tribunal Constitucional en la STC N°0017-2008-AI/TC. En ese misma línea, el Parlamento Joven del Cusco - del cual soy integrante - se pronuncio a favor de contar con una superintendencia pero que no dependa del Poder Ejecutivo, sino tenga autonomía constitucional. 

Creo que este último camino es el debemos seguir. No podemos supeditar la educación universitaria al poder político y mucho menos a la voluntad del gobernante de turno. Queremos un ente que controle la calidad universitaria, sí, pero que a la vez respete la autonomía de las universidades. Sí se aprueba el proyecto de Mora tal cual como esta, el remedio va a ser peor que la enfermedad.

miércoles, 9 de abril de 2014

Juego de Tronos y nuestros políticos

Una de las sagas que más me ha cautivado y me sigue cautivando, como a millones de personas en el mundo, es la de Canción de Hielo y Fuego - más conocida como Juego de Tronos gracias a que HBO decidió llevarlo del libro a la TV - del gran George R.R. Martín. Las luchas por conseguir el Trono de Hierro o alguna cuota importante de poder te cautivan desde el principio hasta el final, teniendo desenlaces impensables y todo ello nos hace amar a diversos personajes como también odiar a muchos otros.

En este artículo trato de hacer una descripción de algunos personajes importantes de la saga de Martín e indicar cual de nuestros diversos personajes de la política nacional  podría tener esas características.

1.- Eddard (Ned) Stark.- Es obvio que tenía que empezar con este personaje que, para los que leímos el primer libro de la saga o vimos la temporada número 1 de la seria, pensábamos que era el personaje principal y el que viviría triunfando al final. Cuan equivocados estábamos.

Ned Stark representa a ese político ideal, hombre de honor y lealtad, con fines altruistas y siempre cumpliendo su deber. Todos lo respetaban, todos lo admiraban, pero no por ello dejo de ser traicionado. El pensaba que con su forma transparente de actuar podía jugar en el Juego de Tronos, pero al final fue traicionado, decapitado y declarado traidor y repudiado por muchos sectores. Ned Stark murió porque fue vencido por la realpolitik, aquella que consisten en los acuerdos, muchos de ellos sin honor, de las trampas y de los engaños. Su forma de hacer política de manera ideal no entraba en esa política sucia, corrompida y llena de intereses personales y familiares. Un personaje como Ned Stark no tenemos en nuestra política actual, pero es, seguramente, el ideal de lo que queremos ser como políticos.

2.- Tyrion Lannister (El diablillo o Gnomo).- El enano Lannister. Hijo del hombre más poderoso, rico y temido de los Siete Reinos, aunque no muy querido por su familia a excepción de su hermano. Tyrion es alguien que siempre esta leyendo y tiene mucha cultura. Es muchas veces malcriado, bromista, irreverente, arrogante y casi siempre sale bien parado de los duelos verbales. A diferencia de Ned Stark, Tyrion sí es alguien que entiende como actuar en el Juego de Tronos. Sabe jugar sus fichas, comprar voluntades o ganárselas. Siempre piensa en los pasos que podrían dar sus adversarios y él siempre quiere adelantarse a ellos y a los hechos. Pero a pesar de ello, es alguien que desea la prosperidad del reino y a pesar de sus formas no tan "honorables" como las de Stark busca la justicia y hacer bien su trabajo y también piensa en como lo van a recordar las generaciones futuras. Fue juzgado dos veces por crímenes que no cometió aunque muchos sectores daban su vida de que era culpable. La primera vez se libro de la sentencia, pero la segunda no, y tuvo que huir.

Nuestro Tyrion peruano sería Alan García - claro que dejando de lado el tamaño y la belleza, pues los dos son totalmente opuestos-. Alan, al igual que el Lannister, es un político culto e inteligente, sabe jugar en nuestra política, aunque haga algunas cosas que ha muchos sectores les desagrade. Le importa como las generaciones futuras lo recuerden, le importa el desarrollo del país, etc. Al igual que Tyrion, Alan también tiene procesos y mucha gente piensa que es culpable aunque no haya pruebas directas para acusarlo o sentenciarlo.

3.- Robert Baratheon.- El rey Robert consiguió su reino en una lucha contra el rey loco. A pesar del apoyó de diversas casas a la cruzada de Robert y de mucho descontento en el reino, Robert luchó contra su predecesor por motivos de venganza personal pero no porque quería ser un mejor rey. Robert era un guerrero, le gustaba la vida bohemia y estar sin preocupaciones y odiaba ser rey y siempre pensaba que no estaba hecho para el cargo y por ello todo lo dejaba a su Mano (Jon Arry y después Eddar Stark).

En cuanto a sus vicios personales, el rey Robert, se puede parecer a Alejandro Toledo, pero en lo político, nuestro Baratheon peruano podría ser kenji Fujimori, porque kenji parece ser que sólo esta en la política por motivos personales y para defender o vengar a su papá desde su curul. Parece que no le importa en como va el país y su única agenda es que su padre salga de la cárcel.

Esta es una comparación muy forzada, porque a pesar de todo, Robert Baratheon tiene muchos méritos personales y consigue el respeto de muchos de sus ex enemigos, cosas que Kenjo no hace, pues tan sólo da risa que esté en el congreso.

4.- Cersei Lannister.- La reina Cersei, esposa de Robert Baratheon, es una mujer encantadora cuando debe serlo o tiene que serlo, se comporta como toda una verdadera reina, es bien educada y puede parecer la mujer más encantadora del reino, pero también es cruel y ambiciosa y despiadada con sus enemigos. Cersei tiene mucho poder en el reino. Muchos de los consejeros de su esposo en realidad le sirven a ella y a su familia, sabe jugar sus fichas y no le importa sacrificar a algunos de sus súbditos para mantener su gran poder.

Nuestra Cersei peruana es sin duda Nadine Heredia, no sólo porque es la esposa del presidente, sino porque tiene un gran poder dentro del ejecutivo y muchos de los ministros de estado son "sus" ministros y no los de su esposo. No le importa sacrificar a unas cuantas piezas para mantener su poder, tal cual como esta demostrado con el maltrato que le hizo al ex premier César Villanueva.

5.-  Tywin Lannister.- El señor de Casterly Rock es quizá el más poderoso, el más rico y el más temido de los Siete Reinos. Tywin sueña con ver a su familia siendo dueña de todo el reino y para conseguir ello sus acciones no tienen límite. Conquista con las armas o compra con el oro las voluntades de sus enemigos o no tan enemigos. Tiene una gran ambición y es casi un tirano. No le gusta que lo contradigan y mucho menos que lo desobedezcan. 

Nuestro Twyn sería Alberto Fujimori, por su ambición de poder, por su manera de gobernar dictatorialmente y sobre todo por querer ver engrandecido su nombre en todo el país.

6.- Stannis Baratheon.- El hermano del rey Robert Baratheon es un militar desde todos los ángulos en que se le mire, aunque también se proclama rey y quiere gobernar los siete reinos, pero no por un deseo personal sino porque considera que es el heredero legítimo del trono. A diferencia de sus dos hermanos, Stannis no tiene carisma para la política, siempre para rígido y tiene un concepto de justicia un poco extremo. Influye en él demasiado la mujer roja (Melisandre) y le hace creer que es un salvador y soldado del Dios del Fuego.

Nuestro Stannis peruano sería Ollanta Humala, porque a pesar de estar metido varios años en política y ser un Presidente, no deja de ser un militar y su forma de actuar es más esa que la de un verdadero político. Además, también Humala, al igual que Stannis, es muy influenciado por una mujer y casi siempre toma sus decisiones con ella. En el consejo privado de Stannis o en cualquier otra reunión siempre esta Melisandre, al igual que siempre este presente Nadine Heredia para Ollanta Humala.

Algo de Stannis también tenía el difunto Javier Diez Canseco, especialmente en la forma dura de su carácter, la manera fuerte como hablaba, el enojo que siempre tenía, y sobre todo que JDC también es hierro como Stannis, como lo describe Donal Noye: "Robert era el auténtico acero. Stannis es puro hierro, negro, duro y fuerte, pero quebradizo como suele ser el hierro. Se partirá antes de doblarse". Pues igual era el héroe de la izquierda peruana, nunca iba someterse o doblegarse, antes se rompía.

martes, 11 de febrero de 2014

Haya Parlamentario


Víctor Raúl Haya de la Torre fue el político más importante del Perú del siglo XX y uno de los más importantes de América Latina. Desde joven hasta los últimos días de su vida realizó una lucha constante y sin descanso para conseguir un país libre, democrático y con justicia social. Muchas de las cosas por las que él había luchado y por lo que miles de sus compañeros dieron su vida y sangre fue plasmado en la Constitución Política de 1979. “Nos aguarda la tarea de cristalizar, en principios precisos y en instituciones modernas, esos ideales de democracia y justicia social, de pan con libertad, que fueron guión y bandera de varias generaciones en nuestro país” dijo el Viejo al asumir la Presidencia de la Asamblea Constituyente en 1978.

La Constitución Política de 1979 fue considerada como la más avanzada de la época en América Latina y marco el inicio de la constitucionalización de los ordenamientos jurídicos en América Latina, trayendo a este lado del continente del neoconstitucionalismo y con ello la aparición de los Estados Constitucionales de Derecho en Indoamérica.

Haya de la Torre fue presidente de la Asamblea Constituyente de 1978-1979 elegido en un parlamento que estaba conformado por representantes de derecha, centro, izquierda, etc. y fue elegido no como fruto de las negociaciones políticas que usualmente hay para elegir a una mesa directiva del Congreso, sino como un reconocimiento de los constituyentes a la obra política de Víctor Raúl. Luis Bedoya Reyes, líder del PPC manifestó: "El apoyo lo hacemos sin conversaciones previas, sin pactos, sin entendimientos, sin negociaciones y sin exigencias, como un reconocimiento a los méritos personales de un político que ha entregado su vida a la lucha por sus ideales."

Haya desempeñó una labor importante que fue conseguir un consenso de esta asamblea muy variada. Muchos analistas políticos y jurídicos confirman la pericia que tuvo Haya de la Torre para poder dirigir esta constituyente y de ella sacar un texto constitucional de una gran importancia y proyección. Para eso Haya de la Torre fue muy claro desde el inicio. En su discurso al asumir la presidencia llamo al consenso y al trabajo por el Perú, más allá de las ideologías políticas.  “Una Constituyente no legisla para un partido, ni para un sector, sino para todo el pueblo y debe procurar la concordancia constructiva de aspiraciones fundamentales” Dijo.

Pero la grandeza de ese Haya parlamentario no sólo se queda en su gran capacidad de consenso – que fue reconocida en el momento por los representantes de derecha y de centro, sino también la izquierda lo hizo posteriormente -. Ese Haya de 83 años, viejo y lleno de madurez política, dio las grandes pautas y los temas que debería considerar la Asamblea Constituyente del 78. Lo principal fue reconocer la importancia de los derechos humanos y que estos deben inspirar el ordenamiento jurídico. En su discurso, de forma energética manifestó “Necesitamos una Constitución concisa y pragmática, que se centre en torno al hombre y a los Derechos Humanos y forje un Estado nuevo para una sociedad mejor”. Fruto de ello, en el preámbulo de la Carta de 1979 se puso que “creyentes en la primacía de la persona humana y en que todos los hombres, iguales en dignidad, tienen derechos de validez universal, anteriores y superiores al Estado” y el Título I de la Constitución trató sobre “Los derechos y deberes de la persona”, antes de definir al Estado y su estructura como se hizo en todas las constituciones precedentes.

Haya de la Torre, como presidente de la constituyente, habló sobra la necesidad de la integración continental, el voto al analfabeto, el reconocimiento constitucional de los derechos civiles y políticos de la mujer, el voto desde los 18 años, la importancia del trabajo, el buscar una sociedad sin explotados ni explotadores, manifestó la importancia de la economía al servicio de la sociedad, etc. Hizo un homenaje a las generaciones precederas que dieron su vida por un Perú mejor y manifestó su deseo de trabajar por ellos así como por las generaciones futuras.

Son muchas cosas que decir de Haya de la Torre como parlamentario y como presidente de la asamblea constituyente, pero sobre todo, debemos destacar esas ganas de trabajar pensando en el país, creyendo que los consensos son posibles pese a tener tendencias opuestas y todo por el bien del Perú. Reconocer en todos sus virtudes y explotarlas y que el diálogo alturado y de ideas para construir una patria es posible. Ese es el legado de ese viejo león parlamentario y ese es el camino por el que debemos transitar.

lunes, 18 de noviembre de 2013

EL MIEDO NACIONALISTA

“La violencia es miedo de las ideas de los demás y poca fe en las propias”
Antonio Fraguas Forges

En una democracia y en un Estado Constitucional de Derecho, las libertades políticas y civiles son imprescindibles y el respeto a ellas es base para la convivencia democrática. La libertad de pensamiento, la libertad de expresión y el derecho a protesta son parte de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución Política y en diversos tratados internacionales. Esto ya es conocido, pero a veces es necesario repetirla y más aún cuando se presentan situaciones como los hechos de violencia ocurridos en el frontis del Poder Judicial de la Corte Superior de Justicia de Cusco.

El último jueves, así como semanas atrás, jóvenes estudiantes y profesionales salieron a protestar contra el actual presidente regional del Cusco, el nacionalista Jorge Acurio Titto, para exigir justicia por el caso denominado “Calca”, en el cual, nuestra máxima autoridad regional está involucrada.

Los manifestantes, varios de nosotros, con formación jurídica, sabemos que los jueces, sin presiones y de manera imparcial son los únicos que pueden declarar culpable por algún delito a cualquier persona, pero cuando un proceso, presenta ciertos hechos que no son normales ni admisibles empieza a causar sospechas. Desde la amenaza de muerte a la fiscal hasta las movidas en la Sala Superior que tiene a cargo el proceso, así como hijos de magistrados que laboran en las diferentes instancias del gobierno regional y otros más, hacen dudar de una verdadera imparcialidad e independencia en la función jurisdiccional. Es por ello que los jóvenes salimos a protestar, no para pedir o exigir que se sentencie de una manera u otra, sino que el proceso sea imparcial y así demostrar al pueblo cusqueño que contamos con un Poder Judicial digno y respetable, como muchos de los jueces que fueron docentes míos y siempre demostraron una actitud intachable.

Hay gente y sectores que pueden estar a favor o en contra de esta posición y todas las posiciones son respetables aunque tanto la mía o la de ellos pueda ser incorrecta. Así es el juego en una democracia y así se debe vivir en un Estado Constitucional de Derecho. Lo que no es tolerable, en un país que está construyendo su democracia, es la violencia como forma de imponer un criterio político o de cualquier clase. La violencia por parte de los trabajadores y seguidores de Jorge Acurio a los manifestantes es totalmente repudiable. Toda persona tiene el derecho a salir a protestar de la forma en que más le convenga y por lo que piensa que es justo, siempre y cuando sea pacífica. Lo que no debe ser permitido es la actitud matonesca de los que no están de acuerdo con esta protesta. En realidad, esto es lo que la sociedad tiene que condenar, la violencia política. Ya no se debe tolerar que por posiciones políticas a favor o en contra de algún personaje se rompan los huesos nasales a los que piensan distinto, pues eso pasó con Alain Arenas, joven estudiante de Odontología de laUNSAAC, que fue agredido por los defensores de Jorge Acurio y ahora tiene roto los huesos nasales. También sufrieron agresiones, pero más leves, otros jóvenes protestantes.

Pero esto no es el único hecho de violencia por parte de los nacionalistas del Cusco. En el III Encuentro Regional de Juventudes, los jóvenes del partido de gobierno atacaron en forma violenta a jóvenes que hacían firmar un pronunciamiento cuyo contenido era los errores en la organización de dicho evento y sugiriendo políticas juveniles nacionales. En vez de discutir o proponer una posición, los nacionalistas, utilizaron la violencia para reprimir un acto que es permitido en democracia y avalado por la Constitución.

En la redes sociales, como es natural, existe intercambio de ideas y de posiciones políticas. Son varios jóvenes de diferentes partidos e ideologías que nos enfrascamos en debates, muchas veces apasionados, pero tolerantes. Jóvenes de izquierda, liberales, apristas, comunistas, independientes debatimos y enfrentamos nuestras posiciones con nuestro nombre y sin ocultar el rostro, pero cuando los nacionalistas intervienen en las redes sociales, lo hacen con perfiles de Facebook falsos, sólo se dedican a difamar, insultar, mentir y colgar fotos y memes trucados para desprestigiar a los opositores. ¡Es una pena!


Todo esto demuestra que los jóvenes nacionalistas de la región del Cusco son intolerantes, no tienen cuadros que sean capaces de defender su posición política con formas democráticas lo cual demuestra un miedo al debate abierto, alturado y democrático. También se percibe un medio por lo que pueda pasar en el Poder Judicial...

viernes, 8 de marzo de 2013

LA ODISEA DE FLORA TRISTÁN

POR MARIO VARGAS LLOSA


Flora Tristán será una de la mujeres que más admiró. A pesar de las dificultades que tuvo en la vida y con todas las limitaciones que tenían las mujeres en el siglo XIX, nuestra "paria" dejó un legado de coraje y fortaleza. Por eso, les dejo el artículo publicado por nuestro nobel de literatura, sobre el camino de la gran mujer.


La odisea de Flora Tristán


Por Mario Vargas Llosa


El XIX no fue sólo el siglo de la novela y los nacionalismos: fue también el de las utopías. Tuvo la culpa de ello la Gran Revolución de 1789: el cataclismo y las transformaciones sociales que acarreó convencieron tanto a sus partidarios como a sus adversarios, no sólo en Francia sino en el mundo entero, de que la historia podía ser modelada como una escultura, hasta alcanzar la perfección de una obra de arte. Con una condición: que la mente concibiera previamente un plan o modelo teórico al que luego la acción humana calzaría la realidad como una mano a un guante. Huellas de esta idea se pueden rastrear muy lejos, por lo menos hasta la Grecia clásica. En el Renacimiento ella cristalizó en obras tan importantes como Utopía, de Sir Thomas More, fundadora de un género que se prolonga hasta nuestros días. Pero nunca antes, ni después, como en el XIX, fue tan poderosa, ni sedujo a tanta gente, ni generó empresas intelectuales tan osadas, ni inflamó la imaginación y el idealismo (a veces la locura) de tantos pensadores, revolucionarios o ciudadanos comunes y corrientes, la convicción de que, teniendo las ideas adecuadas y poniendo a su servicio la abnegación y el coraje debidos, se podía bajar a la tierra el Paraíso y crear una sociedad sin contradicciones ni injusticias, en la que hombres y mujeres vivirían en paz y en orden, compartiendo los beneficios de aquellos tres principios del ideal revolucionario del 89 armoniosamente integrados: la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Todo el siglo XIX está constelado de utopías y utopistas, entre los que coexisten, junto a sectas entregadas al activismo violento semejantes a la formada por los discípulos de Noël Babeuf (1746-1797), pensadores notables, como Saint-Simon (1760-1825) y Charles Fourier (1772-1837), empresarios audaces tipo el escocés Robert Owen, hombres de acción y aventura, entre los que descuella el anarquista ruso Mikhail Bakunin (1814-1876), soñadores más llamativos que profundos, tal Étienne Cabet (1788-1856), o delirantes del género Jules-Simon Ganneau (1806-1851), mesiánico fundador del Evadisme. El más importante de todos los utopistas decimonónicos, en términos históricos, fue sin duda Carlos Marx, cuya utopía "científica" absorbería buena parte de las que la precedieron y terminaría por cancelarlas a todas.

A esta dinastía de grandes inconformes, objetores radicales de la sociedad en la que nacieron y fanáticamente persuadidos de que era posible reformarla de raíz para

erradicar las injusticias y el sufrimiento e instaurar la felicidad humana, pertenece Flora Tristán (1803-1844), la temeraria y romántica justiciera que, primero en su vida difícil y asaeteada por la adversidad, luego en sus escritos y finalmente en la apasionada militancia política de sus dos últimos años de vida, trazaría una imagen de rebeldía, audacia, idealismo, ingenuidad, truculencia y aventura que justifica plenamente el elogio que hizo de ella el padre del surrealismo, André Breton: "Il n'est peut être pas de destinée féminine qui, au firmament de l'esprit, laisse un sillage aussi long et aussi lumineux." ("Acaso no haya destino femenino que deje, en el firmamento del espíritu, una semilla tan larga y luminosa.") La palabra "femenino" es aquí imprescindible. No sólo porque, en el vasto elenco de forjadores de utopías sociales decimonónicas, Flora Tristán es la única mujer, sino, sobre todo, porque su voluntad de reconstruir enteramente la sociedad sobre bases nuevas nació de su indignación ante la discriminación y las servidumbres de que eran víctimas las mujeres de su tiempo y que ella experimentó como pocas en carne propia.

Dos experiencias traumáticas y un viaje al Perú son los acontecimientos decisivos en la vida de Flora Tristán, nacida en París el 7 de abril de 1803 y a la que sus padres bautizaron con el nombre largo y rimbombante de Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán Moscoso: su nacimiento y su matrimonio. Su padre, don Mariano Tristán y Moscoso, peruano, pertenecía a una familia muy próspera y poderosa y servía en los ejércitos del rey de España. Su madre, Anne-Pierre Laisnay, francesa, se había refugiado en Bilbao, huyendo de la Gran Revolución. Allí se conocieron y al parecer se unieron —no hay pruebas de ello— en un matrimonio religioso administrado por un sacerdote francés, también exiliado, que carecía de legitimidad legal. Por lo tanto, Flora nació como una hija bastarda, condición infamante que desde la cuna la condenó a un destino de "paria", credencial que, años más tarde, ella reivindicaría con insolencia en el título del más famoso de sus libros: Peregrinaciones de una paria (1837). Al morir el padre, en junio de 1807, cuando la niña no había cumplido aún cinco años, la madre y la hija, por carecer de títulos legales, fueron despojadas de la elegante propiedad donde vivían, en Vaugirard, y todos los bienes de don Mariano revertieron a su familia en el Perú. Al cabo de unos años, después de una gradual declinación social, encontramos a Flora y a su madre habitando un barrio pobre de París —los alrededores de la Plaza Maubert— y a aquélla ingresando a trabajar, jovencita, como obrera colorista, en el taller de grabado del pintor y litógrafo André Chazal, que se enamoró de ella. El matrimonio de la pareja, celebrado el 3 de febrero de 1821, fue, para Flora, una

catástrofe que marcaría su vida de manera aún más dramática que su condición de hija ilegítima.

Lo fue porque, desde el principio, sintió que aquel lazo de unión hacía de ella un mero apéndice de su marido, una reproductora de hijos —tuvo tres, en cuatro años— y un ser enteramente privado de vida propia y de libertad. De esta época nació en Flora la convicción de que el matrimonio era una institución intolerable, un trato comercial en el que una mujer era vendida a un hombre y convertida poco menos que en una esclava, de por vida, pues el divorcio había sido abolido con la Restauración. E hizo brotar en ella, asimismo, un instintivo rechazo de la maternidad y una desconfianza profunda hacia el sexo, en los que presentía otros tantos instrumentos de la servidumbre de la mujer, de su humillante sujeción al hombre.

A los 22 años, Flora perpetró el acto más audaz de su vida, que consagraría definitivamente su destino de paria y de rebelde: abandonó su hogar, llevándose a los hijos, con lo que no sólo se ganó el tremendo descrédito que la moral de la época confería a semejante gesto, sino que incluso se puso fuera de la ley, cometiendo un acto que hubiera podido llevarla a la cárcel si André Chazal la denunciaba. Hay a partir de allí —1825 a 1830—, en su vida, un periodo incierto, del que sabemos muy poco, y lo que sabemos, todo a través de ella, probablemente muy retocado a fin de ocultar la deprimente verdad. Lo seguro es que en esos años vivió huyendo, escondiéndose, en condiciones dificilísimas —su madre no aprobaba lo que hacía y desde entonces las relaciones entre ambas parecen haber cesado—, y con el permanente temor de que André Chazal, o la autoridad, dieran con ella. Dos de sus tres hijos morirían en los años siguientes; sólo sobrevivió Aline Marie (la futura madre de Paul Gauguin), niña que pasó buena parte de su infancia en el campo, con nodrizas, mientras su madre, a la vez que se ocultaba, se ganaba la vida como podía. Años más tarde dirá que se empleó como dama de compañía (no es improbable que fuera una simple sirvienta) con una familia inglesa, a la que acompañó por Europa y que de este modo hizo su primer viaje a Inglaterra. Nada de eso es seguro y todo es posible en esos años de los que lo único absolutamente cierto es que para Flora debieron de ser durísimos, y que en ellos se templó el bravo carácter de que haría siempre gala, su coraje ilimitado, su audacia, y su convicción de que el mundo estaba mal hecho y era injusto, discriminatorio y brutal, y que las víctimas privilegiadas de la injusticia reinante eran las mujeres.

El viaje al Perú de Flora —donde viviría cerca de un año— tuvo, según ella, un origen accidental, de novela romántica. En un albergue parisino ella habría encontrado,

de casualidad, a Zacarías Chabrié, un capitán de barco que viajaba a menudo entre Francia y el Perú, donde había conocido, en Arequipa, a la acaudalada y poderosa familia Tristán, cuya cabeza era don Pío Tristán y Moscoso, el hermano menor de don Mariano, padre de Flora. El propio Chabrié, dice, la animó a escribir a su tío carnal. Ella lo hizo, una carta sentida y suplicante, refiriéndole las penurias y dificultades que ella y su madre habían padecido desde la muerte de su padre, debido al irregular matrimonio de sus progenitores y pidiéndole ayuda, incluso el reconocimiento. Don Pío contestó, al cabo de largos meses, una misiva astuta, en la que, junto al cariño hacia la sobrinita recién aparecida y en medio de protestas de amor hacia su hermano Mariano, asoma ya la firme negativa a considerar siquiera el reconocimiento legal como heredera legítima de quien, por mano propia, admitía haber nacido de una unión no legal. Pero, sin embargo, le enviaba un dinero en su nombre, y otro en el de su abuela, todavía viva.

Luego de tres años de querellas conyugales con Chazal y fugas repetidas, Flora se embarca finalmente, en abril de 1833, en Burdeos, en el barco que la llevará al Perú. Su capitán es nada menos que Zacarías Chabrié. La travesía de seis meses, rodeada de 16 varones —ella, la única mujer—, tuvo ribetes homéricos. Flora permaneció en Arequipa ocho meses y dos en Lima, antes de regresar a Francia, a mediados de 1834. Este es un período fronterizo en su trayectoria vital, el que separa a la joven inconforme y confundida que huía de un marido y soñaba con un golpe de fortuna —ser reconocida como hija de don Mariano por su familia peruana y alcanzar de súbito la legitimidad y la riqueza—, de la agitadora social, la escritora y la revolucionaria que orienta su vida de manera resuelta a luchar, con la pluma y la palabra, por la justicia social en cuyo vértice ella ponía la emancipación de la mujer.

En Arequipa, su tío don Pío canceló de manera definitiva sus ilusiones de ser reconocida como hija legítima, y, por lo tanto, de heredar su patrimonio. Pero esta frustración se vio en cierto modo aliviada por la buena vida que allí llevó aquellos ocho meses, alojada en la casa señorial de la familia, rodeada de sirvientas y de esclavas, mimada y halagada por la tribu de los Tristán y requerida y cortejada por toda la "buena sociedad" arequipeña, a la que la llegada de la joven y bella parisina de grandes ojos, larga cabellera oscura y tez muy blanca, puso de vuelta y media. Ella había ocultado a todo el mundo, empezando por don Pío, que era casada y madre de tres hijos. No hay duda de que a su alrededor debieron de revolotear los galanes como moscardones. Flora se divirtió, sin duda, con aquel confort, seguridad y buena vida que por primera vez disfrutaba. Pero, también, observó y anotó, fascinada, la vida y las costumbres de aquel

país, tan distinto del suyo, que comenzaba apenas su historia de república independiente, aunque las instituciones, los prejuicios y formalismos de la Colonia se conservaran casi intactos. En su libro de memorias, trazaría un formidable retrato de aquella sociedad feudal y violenta, de tremendos contrastes económicos y abismales antagonismos, raciales, sociales y religiosos, de sus conventos y su religión cargada de idolatría, y de su behetría política, en la que los caudillos se disputaban el poder en guerras que eran a menudo, como la que le tocó presenciar en la pampa de Cangallo, sangrientas y grotescas. Ese libro que limeños y arequipeños quemarían, indignados por el cruel retrato que hacía de ellos, es uno de los más fascinantes testimonios que existen sobre el despuntar, en medio del caos, la fanfarria, el colorido, la violencia y el delirio, de la vida en América Latina luego de la independencia.

Pero no sólo racismo, salvajismo y privilegios abundaban en el país de su padre. Para su sorpresa, había allí también algunas rarezas que Flora no había conocido en París, y precisamente en un dominio para ella primordial: el femenino. Las mujeres de sociedad, por lo pronto, disfrutaban de unas libertades notables, pues fumaban, apostaban dinero, montaban a caballo cuando querían, y, en Lima, las tapadas —el vestido más sensual que Flora había visto nunca— salían a la calle solas, a coquetear con los caballeros, y disponían de una autonomía y de una falta de prejuicios considerable, incluso desde una perspectiva parisina. Hasta las monjas, en los conventos de clausura donde Flora consiguió deslizarse, gozaban de una libertad de maneras y se permitían unos excesos que no se condecían para nada con su condición de religiosas, ni con esa imagen de la mujer humillada y vencida, mero apéndice del padre, del marido o del jefe de familia, que Flora traía en la cabeza. Desde luego que las peruanas no eran libres a la par que el hombre ni mucho menos. Pero, en algunos casos, rivalizaban con él, y en su propio campo, de igual a igual. En la guerra, por ejemplo, las rabonas acompañaban a los soldados y les cocinaban y lavaban y curaban, y peleaban junto a ellos, y se encargaban de asaltar las aldeas para garantizar el rancho de la tropa. Esas mujeres, sin saberlo, habían alcanzado, en los hechos, una vida propia y destrozado el mito de la mujer desvalida, débil e inútil para la vida viril. La figura que personificó, más que ninguna otra, para Flora esos casos de mujer emancipada y activa, que invadía los dominios tradicionalmente considerados como exclusivos del hombre, fue doña Francisca Zubiaga de Gamarra, esposa del mariscal Gamarra, héroe de la independencia y presidente de la República, cuya figura palidecía ante la sobresaliente personalidad de su mujer. Doña Pancha, o la Mariscala, como la llamaba el pueblo, había reemplazado a

su marido en la Prefectura del Cuzco cuando él salía de viaje, y aplastado conspiraciones gracias a su astucia y coraje. Vestida de soldado y a caballo, había participado en todas las guerras civiles, luchando hombro a hombro con Gamarra, y hasta había dirigido la tropa que ganó a los bolivianos la batalla de Paria. Cuando Agustín Gamarra fue presidente, era vox populi que ella había sido el poder detrás del trono, tomando las iniciativas principales y protagonizando estupendos escándalos, como dar de latigazos, en una ceremonia oficial, a un militar que se jactaba de ser su amante. La impresión que hizo en Flora la Mariscala, a quien conoció brevemente, cuando ésta ya partía hacia el exilio, fue enorme y no hay duda que contribuyó a hacer nacer en ella la idea, primero, de que era posible, para una mujer, rebelarse contra su condición discriminada, de ciudadano de segunda, y, luego, la decisión de actuar en el campo intelectual y político para cambiar la sociedad. Esta es la herencia que Flora trae del Perú a París, a principios de 1835, cuando retorna a su patria y se lanza, llena de entusiasmo, a una nueva vida, muy distinta de la anterior.

La Flora Tristán de los años siguientes a su regreso a Francia ya no es la rebelde fugitiva de antaño. Es una mujer resuelta y segura de sí misma, rebosante de energía, que se multiplica para informarse y educarse —había recibido una instrucción elemental, como delatan sus faltas gramaticales— y hacerse de una cultura que le permita dar aquella batalla intelectual en favor de la mujer y la justicia que es su nuevo designio. A la vez que escribe Peregrinaciones de una paria, se vincula a los grupos sansimonianos, fourieristas (conoce al propio Fourier, de quien siempre hablará con respeto) y los sectores más o menos contestatarios del statu quo, se entrevista con el reformador escocés Robert Owen, y comienza a colaborar en publicaciones importantes, como la Revue de Paris, L'Artiste y Le Voleur. Escribe un folleto proponiendo crear una sociedad para prestar ayuda a las mujeres forasteras que lleguen a París, firma manifiestos pidiendo la supresión de la pena de muerte y envía a los parlamentarios una petición en favor del restablecimiento del divorcio. Al mismo tiempo, estos años están marcados por una guerrilla particular, legal y personal, contra André Chazal, que hasta en tres oportunidades secuestra a sus hijos. En una de ellas, la menor, Aline, lo acusa de intentar violarla, lo que provoca un sonado proceso y un escándalo social. Pues la publicación de Peregrinaciones de una paria, en 1837, recibido con gran éxito, ha hecho de Flora una persona muy conocida, que frecuenta los salones y se codea con intelectuales, artistas y políticos de renombre. Incapaz de resistir la suprema humillación de ver a su mujer triunfar de este modo, con un libro en el que su vida

conyugal es exhibida a plena luz con escalofriante franqueza, André Chazal intenta asesinarla, en la calle, disparándole a bocajarro. Sólo la hiere y el proyectil quedará alojado en el pecho de Flora, como helado compañero de sus andanzas en los seis años que le quedan de vida. En ellos, por lo menos, habrá desaparecido de su camino la pesadilla de André Chazal, condenado a veinte años de cárcel por su acción criminal. Flora Tristán hubiera podido instalarse en esa prestigiosa situación alcanzada y dedicar el resto de su tiempo a apuntalarla, escribiendo y actuando en los círculos intelectuales y artísticos parisinos que le habían abierto las puertas. Habría llegado a ser, acaso, una encumbrada socialista de salón, como George Sand, que siempre miró a esta advenediza por encima del hombro. Pero había en ella, a falta de esa formación cultural de la que el drama de su origen la privó, y a pesar de su carácter que podía ser explosivo, una integridad moral profunda que muy pronto le hizo advertir que la justicia y el cambio social que ella ardientemente deseaba no se conquistarían jamás desde los refinados y exclusivos circuitos de escritores, académicos, artistas y snobs y frívolos donde las ideas revolucionarias y los propósitos de reforma social no eran, en la mayoría de los casos, sino un juego de salones burgueses, una retórica sin consecuencias.

Apenas recuperada del intento de asesinato, escribe Méphis (1838), una novela llena de buenas intenciones sociales y literariamente olvidable. Pero al año siguiente concibe un proyecto osado, que demuestra de manera inequívoca cómo en los meses precedentes el pensamiento de Flora se ha ido radicalizando e impregnando de una creciente beligerancia anticapitalista y antiburguesa: escribir un libro sobre el Londres de la pobreza y la explotación, la cara oculta de la gran transformación económica que ha convertido a la Inglaterra victoriana en la primera nación industrial moderna. Viaja a la capital británica, donde permanece cuatro meses, visitando todos los lugares que los turistas no ven jamás y a algunos de los cuales sólo pudo entrar disfrazándose de hombre: talleres y prostíbulos, barrios marginales, fábricas y manicomios, cárceles y mercados de cosas robadas, asociaciones gremiales y las escuelas de los barrios miserables sostenidas por las parroquias. También, como buscando el contraste, asoma la nariz por el Parlamento británico, las carreras hípicas de Ascot y uno de los clubes más aristocráticos. El libro resultante, Promenades dans Londres (1840), es una diatriba feroz y despiadada —a veces excesiva— contra el sistema capitalista y la burguesía a quienes Flora hace responsables de la espantosa miseria, la explotación inicua del obrero y el niño, y de la condición de la mujer, obligada a prostituirse para sobrevivir o a trabajar por salarios misérrimos comparados con los ya modestísimos que ganan los

hombres. El libro, dedicado "a las clases obreras", a diferencia de lo ocurrido con sus memorias del viaje al Perú, fue acogido en Francia con un silencio sepulcral en la prensa bien pensante y sólo mereció reseñas en unas escasas publicaciones proletarias. No es de extrañar: Flora comenzaba a meterse en honduras y a enfrentarse esta vez a descomunales enemigos.

También el viaje a su detestado Londres la devolvió a Francia transformada. Porque en la capital de Gran Bretaña Flora no sólo vio niños de pocos años trabajando en las fábricas jornadas de catorce horas o sirviendo penas de prisión junto a avezados delincuentes o muchachas adolescentes a las que, en los burdeles de lujo, los poderosos hacían beber alcohol con inmundicias para verlas vomitar y caer exánimes a fin de distraer su aburrimiento. Vio también las formidables manifestaciones públicas del movimiento cartista, sus recolecciones de firmas en la calle, la manera como se organizaba, por distritos, ciudades y centros de trabajo y asistió, incluso, con audacia característica, a una reunión clandestina de sus dirigentes, en un pub de Fleet Street. Gracias a esa experiencia concibió una idea, de la que nadie le ha reconocido aún la autoría, y que sólo seis años más tarde, en 1848, Carlos Marx lanzaría en el Manifiesto comunista: que solamente una gran unión internacional de los trabajadores de todo el mundo tendría la fuerza necesaria para poner fin al sistema presente e inaugurar una nueva era de justicia e igualdad sobre la tierra. En Londres llegó Flora al convencimiento de que las mujeres serían incapaces por sí solas de sacudirse del yugo social; que, para lograrlo, debían unir sus fuerzas con los obreros, las otras víctimas de la sociedad, ese ejército invencible del que ella había vislumbrado la existencia futura en los pacíficos desfiles organizados por los cartistas de millares de proletarios en las calles londinenses.

La utopía particular de Flora Tristán está resumida de manera sucinta en L'Union Ouvrière (1843), el pequeño libro que, como no encuentra editor que se anime a publicarlo, edita ella misma, por suscripción, recorriendo las calles de París y tocando las puertas de amigos y conocidos, como se ve en su correspondencia y en el Diario que llevó durante su gira por el interior de Francia, y que sólo se publicaría muchos años después de su muerte, en 1973. El objetivo es claro y magnífico: "Donnez à tous et à toutes le droit au travail (possibilité de manger), le droit à l'instruction (possibilité de vivre par l'esprit), le droit au pain (possibilité de vivre completement independent) et l'humanité aujourd'hui si vile, si repoussante, si hypocritement vicieuse, se transformera de suite et deviendra noble, fière, indépendente, libre! et belle! et hereuse!" 

Sacado de: http://www.hacer.org/pdf/flora.pdf